La Dama de Plata







Había una vez, un gran reino llamado Illia, se encontraba a las orillas del mar Tito, nombrado así en honor a un viejo rey que caído había en una cruenta batalla contra una malvada bruja, rodeado de hermosas playas, con agua cristalina como espejos, incluso magos de recónditos lugares solían decir que aquel que se adentrara en sus aguas vería el reflejo de su alma. La arena era blanca, como si de polvo de hueso estuviera hecha. Había altas palmeras, que vistas desde el suelo parecían que al cielo tocaran. El reino contaba con un enorme puerto, en el cual anclaban toda clase de barcos mercantes, pues la zona era rica en especies de animales marítimos y terrestres, la vegetación era tan exótica que los comerciantes como decoración inclusive las vendían, existían flores con enormes poderes curativos, otras que lograban embellecer cualquier clase de cosas. Las casas de los aldeanos una al lado de la otra se encontraban, y entre tres o cuatro pisos tenían, todos con lujo vivían, no menos de cinco habitaciones tenían, enormes muebles, hechos de la más hermosa madera y alfombras de colores que pintadas a mano parecían.

Lo único más ostentoso que había en el reino era el palacio real, un gran castillo, con una enorme barbacana y dos torres laterales, contaba con otras tres torres, una de ellas ubicada casi al centro, aquella era la morada de la bella princesa Lía. En total doscientas sesenta y cinco habitaciones había, sin contar establos y cocina. El interior estaba decorado con sinuosos espejos y grandes arañas que iluminaban los enormes salones. Colgaban de las paredes suntuosos retratos reales quizás con el afán de inspirar nobleza.

El Rey y la Reina, planeaban celebrar el cumpleaños número catorce de su hija con el anuncio de un conveniente matrimonio de la princesa con algún afortunado duque o conde, o príncipe quizás. Los candidatos con más fortuna, en ambos sentidos, eran el duque Le March, un señor refinado, de buenos modales, y con propiedades inalcanzables de imaginar, quizás el único gran defecto que tenía era que dejar de beber no podía. El segundo candidato era el conde Café Jericó de grotesca apariencia y mal humor, excelente cazador de venados, más bien excelente destripador, ya que el que sus manos caía irreconocible quedaría, ni siquiera un experto en biología su naturaleza definiría. Por último, pero no menos importante, se encontraba el Príncipe León, de cabellera rubia y ruluda, aprendiz de tiempo completo, pues otras actividades no tenía, y ocho años en dos meses cumpliría.

Para la elección un banquete se preparó, salsas y pasteles de todos colores había, platos interminables con pescado, cerdo y hortalizas. La banda sus piezas tocaban, y para la princesa una gran sonata esperaba. Pero no sólo en el palacio se celebraba, sino también entre los aldeanos un festival se oficiaba. El jolgorio era tal que hasta se podría decir que a la isla entera sacudía. Mas el bullicio siempre a los curioso atrae, y así fue que se avecino un dragón de enormes fauces. Su cuerpo blanco, de gran tamaño, enormes alas, piel áspera, el gran dragón blanco, Ziva fue bautizado.

A las costas se había asomado, sus alas había desplegado, sus fauces había despejado, y el fuego al reino entero azotó. Los habitantes de Illia corrían a sus casas para llevarse lo de valor, alhajas y tapices su prioridad eran. Una tormenta de cenizas el cielo cubría. Niños perdidos en el centro de la ciudadela habían quedado, mas sus madres por buscar sus joyas los habían abandonado. Y el sol fue cubierto y por un tiempo no apareció. Ziva sobre el castillo voló y a la princesa en la torre atrapó. El monarca y su corte en bote huyó y el reino a oscuras quedó. A cenizas y humo sentenciado sería.

Los sobrevivientes en un barco mercante a tierra firme llegaron. La reina lloraba desconsoladamente ante la pérdida de su hija, y al rey culpaba de su fatal destino. El rey miraba lo que quedaba de sus súbditos y ordenó a sus generales que los guiarán a Eternia, un reino vecino. Con lo quedó de su ejército ordenó acampar a las orillas y preparar una escuadra que combatiera al dragón y rescatara a su hija. Varios los intentos fueron, todos con el mismo final. Soldados fallecidos y su hija seguía todavía cautiva. La reina entró en desesperación y ultimó al rey a que rescatara a la princesa o con su vida terminaría. La idea de perder a su reina también aterró al monarca, no tanto como sus súbditos que a sus hogares regresar querían. Entonces una decisión tomó. El gran rey prometió la mano de su hija a quien a la bestia asesinara y al reino rescatara. Hombres de todos los rincones del orbe se presentaron, su intento fue en vano.

Concursantes llegaban todos los días, pero sólo un aspirante resaltó entre los demás, su nombre era Calista, una joven que su hogar había perdido y añoraba a casa regresar, se acercó al rey con su armadura de plata, su espada desenvainada y exclamó que ella al reino liberaría, los presentes la observaban y murmuraban, en contra de las risas y malos vaticinios, el rey concedió la oportunidad a la joven. Hacia Illia partieron tres naves con caballeros, granjeros, príncipes de otros reinos. Ziva divisó las naves desde la torre, tomó vuelo e incendió dos barcazas, los tripulantes de la tercera al agua saltaron y nadaron a la costa. Se dividieron en dos grupos, Calista quedó con tres caballeros del reino Lea y un joven aprendiz llamado Calíxenes. El otro grupo fue masacrado por Ziva, a los que no cocinó se los tragó sin masticar siquiera. Los caballeros emprendieron la marcha para llegar al palacio, atravesaron la hilera de altas palmeras, por detrás iban Calista y Calíxenes, la dama de plata era una joven de cuerpo pequeño y cabellera roja como la sangre, provenía de una familia humilde, de las pocas que había en Illia, vivía con sus padres y su pequeño hermano de cinco; Calíxenes era aprendiz, un joven de gran altura, cabello oscuro y unos enormes ojos celestes tan claros como las aguas del mar Tito.

Los tres caballeros portaban una armadura de bronce, con grandes espadas y yelmos con crestas de plumas de colores. Bordearon el castillo, debido a que la poderosa Ziva sobrevolaba el área, pararon a descansar justo detrás de él. Los caballeros no hablaban con los jóvenes y se sentaron alejados; con gran curiosidad Calíxenes interrogo a la dama de plata, ¿pretendes la mano de la princesa?, no dijo la joven, pues lo que ella quería en verdad era luchar por su hogar, por esa humilde casa que acogía a la familia. El joven quedó anonadado por la respuesta, y comenzó a sentir vergüenza por sus intenciones, él sólo pretendía un mejor porvenir y creía que su meta se cumpliría casándose con la bella princesa Lia.

Los caballeros aprovechando la distracción de los jóvenes marcharon hacia el castillo, pues su avaricia era impaciente, sus nombres Norte, Oriente y Occidente, a los ojos de los mortales quizás confundibles facilmente. El trío se movía simétricamente, tan es así que los tres al mismo tiempo desenvainaron sus espadas y volvieron a la gran puerta de madera, la cruzaron mas Ziva estaba esperando recostada delante de la torre que servía de prisión, la ventaja del noble trío era su igual destreza, su desventaja que sólo uno contraería nupcias con la princesa.

Ziva eso lo sabía, sin mover una escama, los observó, sus enormes ojos negros se pusieron y los caballeros entre sí batallaron. Como los tres hábiles espadachines que eran, el resultado era el de esperar, los tres fallecieron, dado a que sus espadas clavaron entre los pequeños huecos que en sus armaduras tenían, una pequeña incisión bastó para que se desangraran. Calista y Calíxenes observaban con horror el poder del dragón. Cuando Ziva los descubrió, trató de hacer lo mismo, pero sólo pudo cegar al joven que atacó a la dama de plata pensando que su botín preciado tomaría, sin embargo Calista no lo atacó, ella no pretendía la mano de la princesa, ella quería de vuelta su hogar, era lo que más quería, porque no hay nada que provoque más tristeza y vacío en el corazón de uno que encontrarse sin un lugar al que pertenecer. Cegado por la ira, el aprendiz saltó sobre la joven, que no llevaba yelmo y con sus dos manos tomo su cuello, y comenzó a apretar como si tratara de un saco de harina que hubiera que cerrar.

El rostro de Calista de color rojo se puso, luego pasó a morado como una uva. Con pocas fuerzas trató de sacárselo de encima. Sin voz le pidió que volviera en sí, trató de entrar en su mente perturbada, pero Calíxenes no la miraba, como si estuviera horrorizado por lo que estaba haciendo, su cabeza volteaba. La culpa lo invadía. Entonces Calista usó eso en su favor, sabría que su atacante quería terminar, cerró sus ojos y poco a poco su respiración disminuyó, tanto así que su muerte fingió. Calíxenes se detuvo y sus manos de su cuello soltó, se alejo perplejo, en ese instante Calista aprovechó para empujarlo fuertemente y el joven cayó, antes de que pudiera levantarse lo golpeó en la cabeza con escombros de la alta torre, cuando al suelo cayó, Ziva furiosa se alzó y fuego escupió, Calista al suelo se arrojó y una lanza de los fallecidos caballeros tomó, la empuñó con su mano izquierda y se levantó dispuesta a hacerle frente a la poderosa bestia. Ziva sorprendida por la valía de la dama de la plata, aterrizó y clavó sus filosas garras en el suelo, y en el afán de intimidar a su rival extendió su majestuoso y largo cuello, trató de abalanzar su gran cabeza hacia Calista, pero antes de que pudiera hacerlo, ella clavó su lanza justo en su garganta, evitando que el dragón volviera a escupir fuego.

Enfurecida Ziva, comenzó a tambalearse tratando de sacarse la lanza de encima, aprovechando el instante Calista empuñó su espada y embistió contra la gran bestia, varios intentos le tomó pero al fin pudo clavar el arma filosa en su corazón, el dragón profirió un gruñido de ira y dolor, herida de muerte estaba, pero así sin más no se iría, tomó vuelo y se llevó a Calista, arrojándose con la joven al mar Tito. Calíxenes se despertaba del golpe y vio como la dama de plata caía en aguas profundas, sin dubitar corrió hacia a la orilla y mar adentro nadó para rescatarla. Nadando en las profundas aguas observó como Ziva se hundía moribunda, y que ya sin fuerzas había soltado a Calista, con todo su esfuerzo el joven aprendiz nadó hacia ella, tomó su mano y a la superficie la dirigió.

Los dos jóvenes llegaron a la orilla, Calíxenes trataba de despertar a Calista, pero no podía, le quitó su armadura y la gruesa cota de malla que llevaba por debajo, ya liberada comprimió su pecho varias veces mientras le proporcionaba aire, varios intentos le llevó mas al final logró despertar a la dama de plata. Desde tierra firme divisaron lo ocurrido con el dragón, que al mar había entrado y nunca salido, se embarcaron hacia a Illia, y por fin la princesa Lía fue rescatada, sus padres la recibieron con enorme emoción. El rey se acercó a Calista ya recuperada, agradeció su valor y la mano de su hija le prometió, sin embargo la joven un paso atrás dió y con amabilidad al rey se dirigió, con cortesía explicó que ella matrimonio no buscó, sino su hogar recuperar y que si su majestad un futuro rey buscaba el joven aprendiz Calíxenes un buen candidato era, listo y audaz, cualidades de gran valía lo hacían.

Y así fue como Calíxenes en rey se convirtió, sin embargo la mano de la princesa rechazó y por vez primera el mandato popular se acató, pues todos la sugerencia de la dama aceptaron y al nuevo rey proclamaron. Calista, por su parte, en la primera Dama de la corte, y Capitana de la guardia realse convirtió. Reinó por muchos años, promulgando la austeridad, y bajo la protección de la dama nunca más las bestias volvieron.



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